¡Qué situaciones tan embarazosas se viven a lo largo del día!
Unas dan vergüenza porque están relacionadas contigo (has hecho el ridículo, te has caído de la tarima o casi - ésto va por el profe de Contabilidad, que casi se
esmorra-, se te ha roto el pantalón...) y otras te dan vergüenza ajena, q es lo que ocurre, o bien cuando te da pena el otro (pero pena de verdad, de "pobrecillo") o bien porque el otro da una pena se esas simbólicas, que quiere decir que te vayas al psiquiátrico derechito.
Según ocurrió lo que estoy a punto de relataros, miré a Juan(cho), que esta vez no se sentaba a
mi lado, sino al lado de
la otra, y dije (aunque no con éstas palabras): "al blog que va a ir".
Empezaré por el principio de los tiempos.
Estábamos en clase de Contabilidad, que es una clase bastante más divertida que el resto, sobre todo por el profesor, Cristino (
NOTA: este nombre no es ficticio, es real), que no nos enseña nada (o que enseña tan mal que no somos capaces de aprender nada) pero nos lo pasamos genial en su clase, porque podemos reírnos de él, con él, y hacer otras muchas variantes de la risa.
Nos estaba explicando uno de los asientos contables de un ejercicio (
NOTA: no es necesario saber lo que es un asiento contable para entender la historia, sólo es un dato más para entender el contexto de la acción) cuando la gente empezó a murmurar. Al principio levanté la cabeza y vi que la gente se giraba hacia la ventana, así que yo hice lo mismo.
Lo que ví nos dejó a todos conmocionados, debe ser porque, como dice Álvaro Alcalá, era más divertido que escuchar a Cris(tino). Resulta que fuera de clase, a medio metro de la ventana estaban dos dándose el lote. A pesar de nuestras risas, que eran muy fuertes, como si estuvieran los de
Hommo Zapping haciendo un
gag para nosotros en directo, y a pesar de que el profesor también se estaba partiendo de risa, Cris(tina) de Canarias, dijo (debe ser que iba dirigido a alguien que había preguntado):
- ¡Que hay tema fuera!
Y como los pobres estaban haciendo tanto el ridículo, y estábamos todos mirando por la ventana como tontos ( a decir verdad, como si nunca hubiésemos visto un morreo en nuestra vida) nos dieron pena (pena de la de verdad, de la de "pobrecillos") y alguien dijo:
- Pero que alguien de un golpe en la ventana, o algo, para que se den cuenta.
En éstos momentos yo ya no podía más de la risa.
Y fue cuando mi compañero Ángel dió dos golpes en la ventana, que hicieron que los pobres se volvieran hacia nosotros (un montón de caras que se partían de risa de ellos), y otro de los chicos se puso saludarles.
Después de dolor de tripa de la risa que me entró, dolor que recueldo sólo de pensarlo (no voy a pensarlo mucho que empiezo a partirme yo sola), quiero expresar mi deseo de que eso nunca me ocurra a mí.